lunáticos

Mi abuelo paró el motor del coche y me dijo que saliera. Acababa de anochecer y los grillos entonaban una vieja canción. Levanté la cabeza buscando la cara de la luna, pero no la encontré. Bajé la mirada, desilusionado, y mis ojos se cruzaron con los de mi abuelo.
-Escucha, nieto -dijo adivinando mi pena- hace mucho tiempo que la luna nos dio la espalda, por eso no podemos ver su cara oculta, que es la más hermosa
-¿Qué pasó, abuelo?
-Es una triste historia. Has de saber que la tierra y la luna eran hermanas. A cambio de que cuidásemos el planeta, la luna iluminaba nuestras noches con su mágico encanto, capaz de curar el dolor, la soledad y la desesperación.
Confiado por su presencia, el hombre olvidó su promesa. Fue envenenando el aire que respiraba, enturbiando el agua que bebía, devastando la tierra que pisaba y aniquilando al resto de seres vivos. Entonces la luna no pudo soportar la agonía de su hermana Tierra y desapareció. Algunos nunca se dieron cuenta, porque tenían el corazón envenenado, pero los pocos hombres buenos que quedaban enloquecieron sin ella. Fueron abandonados y les llamaron lunáticos. Asustada por lo que había hecho, la luna decidió que no se iría para siempre, sólo un par de días al mes para descansar. Eso sí, nos daría la espalda. Así las personas de corazón hallarían consuelo y ella no tendría que contemplar la muerte del planeta. Desde entonces su mejor rostro permanece oculto, dicen que hasta que encuentre a alguien capaz de cambiar nuestro destino.
Subí la cabeza y volví a mirar a la luna. Durante un instante me pareció ver otra cara y una sonrisa que me llenó de felicidad. Fue sólo un momento, suficiente para comprender lo que eso significaba.
Extraído de Colors Notebook. Txt: Nuria Gil. Il: Rafa Bertone.